viernes, 25 de julio de 2014

- CARTA AL DESTINO 28: “El bosque de Necochea (segunda entrada)"


A la mirada de quien encuentre esta carta:

Desde el vacío te comparto esta experiencia extraordinaria que sucedió algún domingo de marzo.

Estábamos frente a la boca abierta de la ballena…la entrada al bosque.
El impulso invitaba a entrar junto con una extraña resistencia similar a la que se siente mirando hacia abajo desde un alto balcón. Vértigo.
Era la media noche y por ende, la dimensión intuitiva o instintiva de peligro se magnificaba en cada detalle, al igual que la negrura a cada paso. A cada paso, el camino se volvía cada vez mas oscuro, sin embargo mas y mas abierto internamente. De noche es tan clara la sensación de equilibrio, justamente porque se camina como por una cornisa.
El cuerpo se abre.

La caminata era tensa al comienzo, y poco a poco fui entregándome al destino con calma. Cada paso era un principio y un fin, cada etapa de esta caminata formaba parte de algún ciclo vital sobre el cual no se nada.

Primera parte: el camino cónico

Gran apertura que poco a poco se funde en la negrura profundidad de este pinar. Frondosa densidad personalizada por la brisa y sonidos agudos, algunos golpes secos a tierra, troncos en movimiento, pastizales y sonidos emitidos por seres vivos, sonidos emitidos por las pisadas. Respiro. "Hércules es negro" la única certeza. Suelo seco, noche estrellada.
Caminábamos en ese túnel y a lo lejos se veía una apertura de luz amarillenta y a contra luz, un auto. Sensación de peligro, ¿pasar o volver?
Pasar…Ese momento de tres metros duró una eternidad, como si el auto se hubiese alargado como un tren. Quien haya estado dentro…habrá seguido estando en la noche solitaria. Personalmente lo viví como un peligro superado. ¡Hércules!¡Pasamos la primera prueba! Sobrevino la liviandad y una nueva apertura, entonces sentí  deseo de mirar al cielo y lo hice por un largo rato; me quede descubriendo estrellas por doquier, eran muchas.
Giramos a la izquierda, en dirección al mar.

Segunda parte: el mar

Bajamos un médano inmenso entre arbustos marinos, la gracia era bajarlo hundiendo los pies en la arena al ritmo acompasado. Caminar por esa larguísima planicie, paso a paso hasta donde rompían las olas, me hizo entrar en una nueva dimensión de entrega. Mi cuerpo era sonoridad. El sonido se fue amplificando a medida que me acercaba, reverberando en detalles y ecos. Tantos sonidos y todos ligados a tantos matices.
El cuerpo frente al mar, el mar que canta una voz de otro mundo, el mar que es, según chamanes de culturas africanas, la parte inmortal del alma. Entonces estaba ahí, arraigado frente al mar en la noche, frente al sonido de mi alma, y de las almas de todos los hombres.
La noche estaba templada, sin viento, negra azulada, negra. Pocas veces anhelo tanto el negro como en estas noches.
La orilla estaba hermosa, húmeda, suave, rítmica. Las gaviotas jugaban en el agua, flotaban, volaban cerca y volvían a flotar. A veces me sorprende ver a las aves que no duermen. Me recordó a las gaviotas nocturnas en los techos de Barcelona
El horizonte estaba bajo mis pies, el cielo y el agua eran una gran curva sin límites. Me sentía gigante, amplio, profundo, finito. Nada podía moverme de ahí.
Agarré una piedra que estaba bajo mis pies, miré otro poco a la nada cargada de negrura y decidí continuar. Me estaban esperando.



Mientras me iba alejando de la orilla sentía como el sonido del mar se ensordecía siguiendo constante, como si lo escuchara desde un caracol. Cuando el sonido se manifestó concreto y tangible,  es cuando se hizo presente el silencio, donde cada detalle se escuchaba claro y preciso; y al mismo tiempo sentía que al alejarme, luego de tanta apertura interna y externa oyendo tanto y tan fuerte al mar, me dio la sensación de haberme vuelto un poco sordo. Subí ensordecido el médano por ese camino sinuoso y mientras me readaptaba retomabamos el rumbo desde un camino elevado.

Tercera parte: el estanque.

Caminábamos bordeando la civilización, desde arriba.
A un lado se escuchaban reuniones amistosas desde distintas perspectivas. Éramos testigos distantes de distintas situaciones humanas, del otro lado, la distante certeza de las olas. Caminábamos paralelos al mar.
En una curva, vimos una escalinata que conducía hacia un estanque silencioso y bajamos. Un grupo de tres chicos fumando sentados al final de la escalinata nos dio la bienvenida, “buenas noches”.
Giramos a la derecha, nos habían dicho alguna vez que en ese estanque había cisnes y queríamos verlos. Pero nada se movía en ese lugar, mas que nosotros a la vista y este nuevo universo minúsculo no a la vista. Un importante coro producido por ranas,  sapos,  grillos y quien sabe que otro ser viviente andaba por ahí comunicándose por delicadas señales sonoras.
A lo lejos algunos sonidos de civilización despierta nos reafirmaban lo mágico de ese momento, era como estar en un mundo dentro del mundo. Una frontera en la cual nos fundimos en goce y calma.
Pocas veces me sentí tan concreto, tan pesado, tan simple y tan amplio simultáneamente. Pocas veces sentí lo frágil como una fortaleza inquebrantable, como algo vital para la supervivencia.




Cuarta parte: nueva entrada al bosque.

Nos despedimos de los guardianes del estanque y retomamos el rumbo intuitivo. Cruzamos una calle civilizada y entramos nuevamente al bosque negro. Un Renault 4 color clarito (Claramente abandonado) estaba en la entrada. Todas eran señales de ficción.
Instinto y alerta, nadie conocía como salir entrando desde ese punto del bosque, otra vez la incomodidad y lo incierto. Si me preguntan porque decidimos tomar un camino que implicaba un desafío peligroso en vez de una segura caminata hasta el hogar... no sabría que responder. Pero, como buen descendiente de tapir ahí entré, arriesgado y seguro en la noche, a rascar la tierra con mis acompañantes.  
Entramos al mundo salvaje otra vez. Nosotros creábamos el camino mirando al suelo y al frente simultáneamente, caminábamos en hilera y solo nos iluminaba los pies una humilde linterna. No queríamos mirar mucho hacia los costados, porque implicaba una dimensión terrorífica.
Sensaciones: Todas las que se ligan a la noche y lo imprevisible transitando un espacio salvaje.
Llegamos a un caminito sinuoso rodeado de pastizales altos, a un lado un parque de diversiones abandonado, iluminado por una lúgubre luz amarilla. Camiones abandonados.
Sensación: miles de ojos negros nos miraban mientras decidían si nos dejaban pasar.

Quinta parte: el monte elevado

Evidentemente nos dejaron pasar porque acá sigo contándote este tránsito.
Caminar sin saber a donde se va es una experiencia trascendental; y mas cuando esto sucede de noche y dentro de un bosque.
Cruzamos un espacio donde de día se hacen reuniones y asados, algo muy propio de nuestra cultura en los parques, pero en este caso con una exótica ubicación. En fin, los "necochenses" tienen sus propios usos y costumbres. En una de sus mesas había un auto desde el cual sonaba una cumbia y sobre las bancas unas parejas besándose en la clandestinidad. El amor siempre es una buena señal, indica que se esta yendo por buen camino.
Nosotros estábamos de paso por ahi, y nos volvimos a alejar de esa extraña calma hacia la negrura salvaje. A medida que tomábamos distancia de ese encuentro amoroso, íbamos subiendo una especie de monte con ramas caídas, obstáculos en el suelo y ese incómodo sonido a hojas secas que alertan a cualquier atacante de este mundo, o de otros... 
No veíamos nada, ni la luna ni el mas allá (al cual nunca vemos ni sabemos que es, pero está, Hércules lo sabe). Los árboles cubrían el cielo. La linterna era fundamental pero atemorizaba mas por brindar esa feísima, pálida y de corto alcance luz fría.
Llegamos a un monte elevado en algún punto central del bosque; a nuestro alrededor y en fuga negra, el futuro y pasado indivisibles y densamente indefinidos. Nuestro pies creaban el suelo, en ese punto en el que unos pocos árboles en curva y contra curva creaban un sistema rítmico.
Oportunamente jugamos un rato ahí, parándonos en silencio sin decirnos nada, un gran juego de terror. Todo sucedió en el gigantesco silencio de la noche, gran hilo conductor de este viaje, en el que ese todo deviene de la oscuridad, un generador de movimiento vertical y circular para el cual hay que sentir el equilibrio forjandose desde el desequilibrio.
Toda memoria latente y profunda que he registrado, que ha sido trasmitida de generación en generación (culturalmente), y ha nacido inscripta en mis huesos, se hizo presente en este instante en el que cada uno se paro frente a un árbol distinto: Fue el punto máximo del miedo, punto máximo de la calma; punto en donde el vacío se inscribía en la forma y viceversa, donde la locura y la cordura no necesitaban definirse.

Este fue el instante mas alto y agudo de nuestra aventura... y el encuentro con lo sutil.


Bajamos ese monte, el miedo había desaparecido, y poco a poco empezamos a ver que a lo lejos estaba la salida; la cual, a su vez, iba siendo creada por cada uno de nosotros a su manera.


Fue como tomar agua en el desierto.


El Crudo 

Pd, Recomenzar, como darse una ducha para sacarse la sal del cuerpo. 

Pd 2, La densidad e intensidad de un bosque esta dentro de uno.

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