El semáforo estaba rojo, iba en el 39 y justo antes de arrancar, descubrí en la calle en sentido inverso al tránsito de mi colectivo un magnífico momento, fugaz y genuino.
viernes, 16 de enero de 2015
- CARTA AL DESTINO 32: "El corazón de la felicidad"
Jueves 16 de enero 2015
El semáforo estaba rojo, iba en el 39 y justo antes de arrancar, descubrí en la calle en sentido inverso al tránsito de mi colectivo un magnífico momento, fugaz y genuino.
El semáforo estaba rojo, iba en el 39 y justo antes de arrancar, descubrí en la calle en sentido inverso al tránsito de mi colectivo un magnífico momento, fugaz y genuino.
Entre la cantidad insondable de situaciones que
acontecen mientras andamos por la calle, a veces nuestra intuición descubre solo uno, cargado de vitalidad y trascendencia, no
por trascendente sino por simple y esencial.
En este caso, era momento de disfrute, cargado de plenitud
y alegría, de esa que aun en su fugacidad logra llevar al olvido todo lo que de doloroso pudiera estar sucediendo en la vida a las gentes, y por lo cual se hubiera ido forjando un cuero, como a
los árboles la gruesa corteza. Un momento genuino y sano, reir y compartir con
amigos de bar, y desconocidos.
Nosotros, los descubridores, nos contagiamos de esa
plenitud desde el anonimato, los envidiamos a veces en esa felicidad; y a veces, solo a veces, desde nuestra gran
(y no tan grande) distancia somos descubiertos y por algún entendimiento entre cuerpos somos invitados a ser participes
directos y cómplices de ese encuentro fugaz y amoroso.
…
Calor. Un bar en Constitución de esos que son cubos
con una barra, que generalmente da a la calle. Bar de hombres curtidos y
acompañantes amorosas de ocasión. Esa tarde, solo hombres a la vista. Sonaba
una cumbia, algunos hombres de pie riéndose sobre algún tema específico y
gestualizando e intercambiando gestos, moviéndose a ritmo del lenguaje de sus
cuerpos comunicándose musicalmente; otros en la barra a la calle solo sentados;
otros que no llegue a ver bajo la penumbra del cubo; y a la entrada sobre
la vereda, un hombre solo sentado en una
mesita circular plegable con una botella de cerveza y un vaso, lo vi feliz,
cantaba la cumbia con los brazos levantados siguiendo la cadencia del ritmo a
nuestra manera porteña y argentina. Sentí su contagioso momento de plenitud…repentinamente me mira, me ve, sigue sonriendo y me tira un beso con sus dos manos...
Y yo le sonreí.
Me compartió su corazón. Nunca lo olvidaré.
El Crudo
Pd, Hércules esta parado entre dos toros de cerámica
peruanos.
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