lunes, 31 de marzo de 2014

- CARTA AL DESTINO 27: "El Bosque de Necochea (primera entrada)"


Lunes 31 de marzo.

Querido amigo,

Te escribo esto sintiendo mis manos como garras de águila. Hércules me mira.

Chavela Vargas canta una verdad: “Uno vuelve siempre a esos lugares donde amo la vida”


Así, una noche en que andaba por tierras marinas, estábamos por comer un asado con un grupo de gente amiga y en el proceso me senté a esperar en la cima de un tronco gigante. Me sentía en un "asiento" de chaman: raíces inmensas que se elevaban fuera de la tierra. Una montaña raíz, cadáver de un árbol transformado por tiempo indeterminado en un "axis mundi" silencioso para quienes despiertan algo que lo cotidiano no les brinda. Desde esa perspectiva miraba todo con una copa de vino, se sentía distinto. Sin pretensiones me miraba a mi mismo, a los amigos, a las ausencias; e intuitivamente vi el bosque.

Sentía tristeza. Cuando se entra en ese estado de noche se siente un adormecimiento que no tiene límites definidos, tiende al horizonte y a la quietud, tendencia que implica un peligro. Intuitivamente el cuerpo busca una forma de abrir ese estado a que fluya otro ritmo que lo movilice hacia un rumbo donde no se evada de lo que le corresponde, pero no se hunda en esa uniformidad circulando en una frecuencia que solo conduce al olvido de uno mismo.

Repentinamente guiado por ese magnetismo intuitivo decidí (como un impulso combativo o revelador) entrar al bosque. Me bajé de la inmensa raíz, y con mi copa fui a ese destino. Sentí la necesidad de contrarrestar simbólicamente ese peligro inmaterial con otro material que lo compense. Una mujer guerrera quiso acompañarme.

La oscuridad era tensa, majestuosa, cruda. No solo era la dimensión e intensidad de la noche, sino también la de ir hacia un territorio sin límites en estado salvaje.

Por donde decidimos entrar, no había camino, no veíamos nuestros pies pero el cuerpo estaba en ellos, cada paso reafirmaba al anterior y comenzaba a fluir la sangre a una velocidad mayor. Todo era gigante, y todo estaba muy cerca. Pensaba en aquellas criaturas que habitarían en lo minúsculo, cada reafirmación implicaba haber superado un peligro nuevo. Mi miedo cobraba coraje gracias a la mujer guerrera que no dudaba en conquistar esa naturaleza.
En la medida que íbamos sumergiéndonos, las luces de la superficie se alejaban y comenzaba a escucharse ese silencio de lo que pertenece a otro tiempo y espacio. El corazón marca el ritmo interno.  A cada rato nos preguntábamos si seguíamos un poco mas (hasta encontrar un camino), ¡y lo hacíamos!, toda una aventura... pero era en vano, los pastizales crecían y los espejismos del alma (o del deseo) nos indicaban caminos que solo simbolizaban entrar cada vez mas profundo en la negrura. Si me pregunto ¿hasta donde queríamos llegar?, no se, supongo que buscábamos cruzar algún límite físico (en apariencia), aunque en realidad en mi, se trataba de otro de fronteras no visibles. De una u otra forma, el coraje era nuestra guía.

Estábamos guiados por el impulso consciente, el deseo de ir hacia una apertura simbólica, un camino. El cuerpo estaba abierto, me atravesaba todo, era como estar en estado solido pero permeable como una esponja. No caminábamos rápido, íbamos haciendo de cada paso un castillo.  Miraba a mi alrededor continuamente, respiraba hondo, estaba inmerso en ese mundo que no era el mío pero en el cual era yo mismo, así nomás. Los árboles se orientaban en diagonal, eran troncos altísimos, irregulares hacia la izquierda. La luz ya le pertenecía solo a la luna. Frecuencia baja, silencio, intensidad de lo inmóvil. Mis ojos estaban abiertos, nunca tan abiertos, los sentía gigantes o como si toda mi cara fuera un gran ojo; sentía que todo mi cuerpo miraba. Magnífico. El miedo se transformaba poco a poco en alerta constante y en calma; en una intimidad violenta, fascinante. Nada era mas "ruidoso" que lo gigantesco de ese silencio, y lo gigantesco de mi cuerpo pequeño. Nada era mas preciso y verdadero que mi cuerpo mezclado en esa naturaleza.

Me entregue al destino de lo salvaje y miré hacia el cielo, las copas dejaban un espacio a las estrellas, todo estaba ahí, todo veía; y me sentí en un umbral, sentí una alineación:
La Noche y las Estrellas, lo Salvaje en movimiento, la Entrega, la Verdad, mi Cuerpo, Yo mismo, mis Pies, la Tierra, el Dolor, el Amor, la Vida, Hércules.

Nos quedamos un rato ahí mismo, respirando y tomando vino. Hasta que decidimos volver.


No se vuelve de la misma manera que cuando se entra, uno es otro cuando sale de un bosque.


El Crudo

Pd. Hércules se mimetizó con el bosque, lo volví a ver a la salida.





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