viernes, 15 de junio de 2012
CARTA AL DESTINO 9 : "La insignificancia y la peregrinación a la carnicería El monje"
Jueves
14 de junio de 2012
Querido
amigo,
Esta es
una carta en homenaje a la insignificancia, una sensación inevitable que solo
se equipara con la inmensidad. La insignificancia puede tener una
connotación potencial y fértil ligada al estado de contemplación de uno mismo, o por experimentación directa frente a
los acontecimientos de la naturaleza; o sea, esta ligada a los
designios del pensamiento y los mandatos del corazón y su profundidad inexplorada. Quizás se trate acaso
de una relación de opuestos con una magnitud similar a la del amor y el odio... No
me hagas caso, esta es parte de una carta aún mas extensa que sigue en
construcción y no voy a enviarte.
¿Alguna
vez pensaste que animal se asemeja a vos? No se si alguna vez te comenté pero
yo me siento como un tapir. Se trata de un animal de dudosa belleza lejanamente
emparentado con el caballo y el rinoceronte (y extiendo mi asociación también a
la familia del chancho y del elefante). Es un animal que aparentemente ha
quedado a medio camino en la evolución de su especie (no es ni una cosa ni la
otra, o es todas al mismo tiempo), y a pesar de su “fealdad”, como toda creación
de la Naturaleza tiene el don de sabiduría. El tapir come plantas
indiscriminadamente para alimentarse, y siendo que entre ellas hay varias
venenosas su cuerpo e instinto naturalmente busca el antídoto para no
morir...es así que come tierra y salva su vida.
Seguro
no entenderás nada con esta analogía que hago, pero quizás entiendas si te digo
que el ángulo desde el cual me asemejo principalmente en este momento, es en
aquel de la mente la cual es alimentada con pensamientos de todos los matices,
entre ellos, muchos con carga nociva, Así es que escribirte es como comer tierra, es un antídoto y una forma de preservarme, y es
también una re-valorización de la insignificancia existencial en la que me
siento, una forma de convertir su sequedad en esencia fértil. También existe
una sabiduría que la Naturaleza nos ha dado a los seres humanos, aquella que
trasciende ligada a la voluntad.
Cada
hecho, mirada o pensamiento se presentan como metáforas para resolver “un
Laberinto” (el mío en este caso y el de cada cual en particular) al cual intuyo contenido entre un cúmulo de
relaciones opuestas en constante movimiento y cambio según sean las relaciones
que se generan con los otros y las cosas: la realidad y la ficción, lo
interno y lo externo, el instante y la inercia, lo cotidiano y lo
extra-cotidiano.
Se hace
evidente en mis palabras que vivo en una ciudad regida por el caos, el
conflicto y el exceso en todos sus matices; cada cual generador potencial del
despertar virtuoso de todas aquellas ideas, pasiones y demás sensaciones (sin excepción)
que pueda uno encontrar en los rincones de su ser.
Mas de
una vez me descubro en una ficción que me confunde, es como si estuviese
caminando por fronteras, estoy aquí y allá, a veces me dejo ver o otras nadie puede verme; y otras, me
siento un verdadero idiota por saberme en este andar que yo mismo elegí con
convicción.
Todo en
mi vida esta regido por contradicciones, por un lado me siento construyendo una
montaña fuertemente, y a la vez esta construcción por momentos la siento orientada
hacia lo inestable, como si en realidad estuviera construyendo un castillo de cristal
(o de cartas). Esta incesante incomodidad me genera un ir y venir entre la liviandad
y la pesadez alternándose en mi, símbolo de
liberación o de esclavitud.
Uno de
mis temores generados por esta contradicción es el de la insignificancia de
quedar a medio camino; de haber vivido y que nadie sepa que he estado por acá (una
especie de temor a la inexistencia). Sin embargo y paradójicamente, amo la clandestinidad, ¿ya
ves? otra vez la contradicción. Mi relación con el anonimato oscila entre el
deseo y el repudio hacia ese derecho. Pero si soy un ser anónimo, aunque mas
que anonimato me gusta creer que soy un misterio, un ser secreto. Creo en esta
magia, en lo que se muestra sin poner todas las cartas sobre la mesa. Lo que el
anonimato tiene de maravilloso lo tiene también de apesadumbrante en su
connotación de ser “invisible”, fluyendo desapercibido e irrelevante en lo
cotidiano. Es un pasar sin acentos. Pues bien, he encontrado una verdad en esto
y cada vez que aparece esta sensación de insignificancia como una “nada seca”, recuerdo a Bachelard que en su Intuición del
instante menciona que cuanto mas la nada se acrecienta, mas fuerte será y mas
cerca esta el instante creador que rompa ese estado. En definitiva existir
significativamente es una construcción lenta y progresiva en relación viva con quiebres
abruptos e inestables.
Creo
que en esta ambigüedad se inscribe algo de maravilloso, y es también la dimensión hacia el encuentro con lo
imposible para cada uno.
Así,
hablando de esta relación entre la nada y el instante recordé un momento
memorable, una situación tan insignificante como trascendental, a una peregrinación
profana le sucedió un instante creador:
Sucedió en el atardecer, ya estaba oscuro y yo viajaba sentado del lado de la ventanilla en el 74, un bondi que tiene un trayecto largo de punta a punta
(una peregrinación desde sur hacia Capital) y en un fragmento en el
cual entra por los barrios detrás de Lanús y Avellaneda, pasamos por una
carnicería en la cual vi toda una metáfora existencial. La insignificancia
cobra sentido en momentos como este, cuando no estas esperando nada y aparece lo
verdadero, en este caso puntual ligado una vez mas a la contradicción:
Descubrí
una carnicería que se llamaba “El monje”… ¿Podes imaginarte? Mi asombro aumentó cuando vi allí dentro una situación
realmente excepcional: la gente estaba muy ordenada dispuesta en hilera de
perfil contorneando los perímetros como esperando un “turno”, sin embargo lo mas asombroso e inexplicable (lo que hizo
que se distinga esto mas que el nombre) es que en esta espera no miraban a la
carne ni con la mirada ni con el cuerpo, sino que estaban dispuestos
en una dirección lineal paralela e indiferente a la vidriera donde se
encontraban los sanguíneos ejemplares alimentarios.
Creeme
que esto es inexplicable, si hay un atractivo al entrar en una carnicería es el
hecho de ver la carne para elegirla, y también el hecho de ver al carnicero
cortando la carne. Por ello la relación entre un monje y una carnicería me
resulta del todo intrigante. Volví a mirar el nombre (necesitaba re-confirmarlo):
“El Monje” y todo fue mas surrealista aun, ¿que clase de carnicería se llama así?, y ¿a que clase de carnicería va gente que no mira la carne que esta
por comprar?. Todos estaban haciendo una fila en actitud “mística”, como si
fueran a recibir una ostia. Varias preguntas comencé a hacerme, algunas no puedo mencionar por respeto, y otras se relacionan con la paradoja entre un carnicero y un santo, finalmente creo que mas que una carnicería santa se trataría de extraterrestres y su plataforma de viaje a otros mundos...
Definitivamente cualquier análisis empobrecería la dimensión que ha alcanzado este fugaz hallazgo entremezclado con la cotideaneidad, podrás vos elaborar tu propias interpretaciones. La imaginación es ilimitada y sobrevuela al misterio que fabricamos con la
realidad, y la realidad es ambigua.
Retomando,
ya ves amigo, esta situación maravillosa vista desde el bondi ha salido de su
insignificancia porque la hice trascender en este relato. La hice trascender a
mi mismo, y es aquí donde radica uno de los mas valiosos aspectos de las
relaciones humanas, en hacer de sus circunstancias simples momentos
trascendentales y compartirlos, porque están hechos de todos, porque valen por
todos y porque son iguales que cualquiera (como ha dicho un sabio). Por ello
creo que el temor a la insignificancia del hombre esta compensado por un lado con
el hecho artístico, y por el otro con la viva voz de los relatos entre las
personas que se irán corriendo de boca en boca e irán cobrando nuevas formas,
hasta quien sabe algún día convertirse en mito o leyenda.
En fin…
Escribir
genera sentido sobre los fulgores que acontecen en mi mente, es una forma de
encontrar el vacío.
Te
arrojo un fuerte abrazo sobrevolado en ondulante zigzag por Hércules,
El
Crudo.
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