En fin, yo le entregué toda mi confianza a los pies, no tenía ganas de determinar hacia donde ni que cosa, solo iba yendo hacia donde se decidía intuitivamente entre ambos. El corazón en los pies. No observaba a nadie en particular, no me interesaba , solo era el impulso de ir hacia algun lado caminando juntos conversando sobre temas de allá y de acá. Aminoramos la marcha, nos detuvimos en ese bar en el punto justo y seguimos conversando sentados en una diagonal. La gente pasaba comúnmente, nada era tan llamativo como nuestro encuentro inédito y el peso de la sonoridad de la vida circundante entre la luz amarillenta. Atmósfera, diálogo y silencio. Ni siquiera importaba tanto el diálogo en si mismo, había una comunicación que trascendía, cierto enigma en el silencio. Que maravilloso es el azar.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
- CARTA AL DESTINO 24 : "Noche negro amarillenta"
Querido
amigo,
Nada de sonseras, la casa esta exactamente donde
se apoyan nuestros pies, donde esta nuestro cuerpo… el hogar es otra cosa.
¿Que
significa añorar una ciudad?. Supongo que se relaciona con el deseo de recuperar
vivencias, el deseo de retornar en el tiempo, de revivir, volver a sentir aquello mismo que
va alimentándose y re-significándose en nuestra memoria corporal. Las añoranzas siempre
son perfectas, pero son un reflejo, no menos real e importante pero si ya
ligado a un no-lugar (esos sitios en donde el tiempo no es cronológico y
existe entre fronteras), por eso no se debe volver a ningún sitio buscando
recuperar esa historia, solo reencontrarse allí como si se descubriera un nuevo mundo.
Así me sentía,
extranjero, caminando por esta ciudad rodeada de montaña y fuertemente ligada a las tradiciones, tan conocida en mi
memoria sin embargo tan desconocida a mis ojos y mi cuerpo; era un turista en la tierra que me vio crecer, compartiendo una
magnifica primera larga conversación con un amigo quien estaba por allí de paso también y a quien encontré un poco por azar otro poco por impulso. Todo alrededor estaba cargado de gravedad.
Nuestro intercambio aprehendía la nada y la cargaba de sentido, sin intención, solo sucedía naturalmente. Todo era importante por ser espontáneo, conversaciones que seguro se
olvidaran como cronología en la memoria, pero quedaran guardadas como sensación
en palabras “llave”, que luego recuperaré cuando sean necesarias.
Buscábamos
un kiosco pero no había ninguno por ninguna parte, cosa realmente extraña. Incluso
sospecho que pudo haberse tratado de espacios fantasma o articulados en esta
ciudad tan presente como en suspenso. Maravillas de la percepción, nunca sabré
cuanto de solido, líquido o gaseoso habremos atravesado. Un hotel fantasma, una panchería en un pasillo oculto,
una iglesia oscura, una casa castillo abandonada, todos flashes entre la
penumbra. No nos engañemos, todas las ciudades a veces se muestran como un laberinto móvil en el que siempre hay un casillero vacío en movimiento. ¿Habrá sido Hércules quien movía los hilos del asunto?, me encanta imaginar su rol metafísico.
En fin, yo le entregué toda mi confianza a los pies, no tenía ganas de determinar hacia donde ni que cosa, solo iba yendo hacia donde se decidía intuitivamente entre ambos. El corazón en los pies. No observaba a nadie en particular, no me interesaba , solo era el impulso de ir hacia algun lado caminando juntos conversando sobre temas de allá y de acá. Aminoramos la marcha, nos detuvimos en ese bar en el punto justo y seguimos conversando sentados en una diagonal. La gente pasaba comúnmente, nada era tan llamativo como nuestro encuentro inédito y el peso de la sonoridad de la vida circundante entre la luz amarillenta. Atmósfera, diálogo y silencio. Ni siquiera importaba tanto el diálogo en si mismo, había una comunicación que trascendía, cierto enigma en el silencio. Que maravilloso es el azar.
En fin, yo le entregué toda mi confianza a los pies, no tenía ganas de determinar hacia donde ni que cosa, solo iba yendo hacia donde se decidía intuitivamente entre ambos. El corazón en los pies. No observaba a nadie en particular, no me interesaba , solo era el impulso de ir hacia algun lado caminando juntos conversando sobre temas de allá y de acá. Aminoramos la marcha, nos detuvimos en ese bar en el punto justo y seguimos conversando sentados en una diagonal. La gente pasaba comúnmente, nada era tan llamativo como nuestro encuentro inédito y el peso de la sonoridad de la vida circundante entre la luz amarillenta. Atmósfera, diálogo y silencio. Ni siquiera importaba tanto el diálogo en si mismo, había una comunicación que trascendía, cierto enigma en el silencio. Que maravilloso es el azar.
Así es
que me re-descubrí ya sin añoranza de esa tierra que fue mi hogar alguna vez y me
hizo crecer entre mundos mágicos (esa vivencia era tan distante que no se aparecía
ni como recuerdo) y a la cual solo habitaba en el mas acá de un simple e inesperado encuentro. Este hallazgo me desconcertó con inmensa
alegría. Todo era origen, un germen cargado de presente, yo no pertenecía a ese lugar ni a su historia, pero si a ese momento cargado de vitalidad y certeza. Amo la fuerza de lo real a secas.
Asi que hice este viaje de larga distancia hacia esta ciudad, ciudad entre fronteras, solo para caminar sus calles
amarillentas en una noche inmensa junto a un mago imperfecto.
Salud!
El
Crudo
Pd1, Nueva palabra llave: porosidad.
Pd2, De vuelta en la ciudad de cemento, chapa y ladrillo, en diagonal, el parque... regresé a mi hogar.
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