Querido amigo,
¿Alguna vez excavaste la tierra imaginando que chocarías con alguna lata u objeto que guarde un tesoro? Puedo recordar ese momento tan estimulante habiendo encontrado caracoles raros en desiertos, o restos de alguna tinaja antigua en parajes alejados y salvajes, o un pequeño fusil de bronce y cobre a orillas de un lago silencioso; pero nunca había desenterrado un tesoro en plena ciudad. Ahora bien, lo que te estoy por contar sucedió en Buenos Aires en un lugar que desde siempre me hizo imaginar lo imposible: El Parque Lezama.
Era un día como cualquier otro y caminaba sobre Defensa en dirección a Martín García. Al momento de cruzar Brasil siempre se presenta la inquietante pregunta: ¿Seguir derecho o atravesar el parque de los senderos que se bifurcan?. Decidí este último, suele ser inevitable.
En un punto certero del tránsito, el libre albedrío me hizo salir del camino elegido para ahondar aún más en la amplitud que ofrece lo incierto. Repté con manos y pies por las imponentes raíces del antiguo ombú -aquel que se encuentra muy cerca de la loba llorona- para cruzar hacia el otro lado atravesando su tronco el cual forma un hueco oval zigzagueante.
En ese proceso creativo vi resplandecer un punto blanco entre esos retorcidos entrelazamientos cercanos a la tierra. Con paciencia y delicadeza logré sacarlo de ese añejo escondite y maravillado descubrí que se trataba de un sobre que contenía una carta. Su papel, marcado por la humedad y la tierra aún dejaba leer estas palabras:
Ulises
Tu naturaleza te lleva a moverte sin cesar hacia lugares donde solo hay espacio para tu deseo de conquista. Las circunstancias te convirtieron en héroe, y ese camino sinuoso labró en vos el deseo insaciable de hacer de tu espíritu un imperio que muestre a los otros tu poder. Tanto que tu cuerpo ya es una armadura impenetrable hasta para vos mismo.
Solo debías abrirte a mi y destapar tus miedos tan colosales como las historias que traían los vientos y te hicieron gigante.
Habiéndonos encontrado entre portales volvimos a ver reflejado el infinito, pero hasta eso maravilloso no es suficiente, vos seguís deseando alejarte, solo.
Entre esa espera sin tiempo algo distinto en mi se forjó y ha despertado. Aquello que se revela en sueños ha marcado el camino de mi vida.
Al final, quizá sea yo la que se aleja.
Penélope
Confieso que las cartas de amor son una debilidad, me hacen sentir deseos de sentarme en un banco y mirar la gente pasar. Es verdad, los agujeros de gusano existen y los ombúes -que con sus raíces desentrañan misterios como las brujas revuelven una olla- pueden resultar un buen puente para atravesarlos.
Vuelvo a pensar en esta carta y en ellos e intento imaginar sus rostros en un ejercicio tan común como el de pestañear, pero es en vano. Creo que me he convertido en un coleccionista, o mejor aun, el guardián de estos tesoros. Si tuviera que ponerle un nombre a la caja donde las guarde éste sería: "Penélope y los mil rostros de Ulises"
¿Qué será de ellos?
El Crudo.
Pd: Hércules camina por mi cabeza, mueve sus patitas de coleóptero muy lentamente